
Recuerdo, recuerdo y recuerdo. Recuerdo poco,
un barrio alejado de la cobertura de mi familia, de mi casa, del mundo y de mi
estudio. Un niño maduro decía y, poco social. Jugar, correr, saltar, pocos
amigos en fin.
Cuenta mi familia -confirmando lo antes dicho- que no socializaba del todo, si salía eran por horas y muy contadas. No porque mis padres no me dejaran, simplemente me aburría y volvía a mi estudio, ese cuarto iluminado, con un escritorio y un amplio armario con libros y diccionarios. Esta era la relación que tenía con mis amigos y los que ahora son vecinos.
Ya hace unos 6 años o más, la relación con estos “amigos” de barrio, se volvería distinta. Empecé a tener intereses diferentes, no compartidos con ellos. Me dedicaba a estudiar-terminaba primaria o empezaba secundaria-, pensando en cosas importantes y no superfluas como los demás. Esos con los que compartías juguetes y diversiones en aquellos tiempos de infancia, pero que ahora se habían vuelto toneros, fiesteros, casi “delincuentes”, un golpe en el estomago, un golpe para la sociedad. Tanto así como los “Peñalta” aquella familia fea, desordenada, corrupta y ladrona que se propagan como plaga en una huerta, que tienen tantos hijos como dedos por familia y todos ellos calatos y sucios que deambulan en las pistas, zigzagueando a los autos y motos que utilizan esta avenida.
Aquel barrio que solo estaba ahí, infestado de niños y pubertos jugando, que ahora solo pocos se dedican a estudiar, trabajar, hacer nada, mientras un tanto más se dedica a lo más fácil: delinquir, fumar o vender lo que fuman.
Aquellos tipos sentados en las esquinas, en el jardín o intentando darse nuevamente paso en la casa de al frente, que ya una vez invadieron por estar deshabitada y vendida a una secta cristiana, mormones. Rompiendo lo que eran ventana y puerta. Felizmente los mormones sellaron los agujeros por donde se metían estas “ratas”, pero esta vez con ladrillos, cemento y más cemento y todo gracias al hábil acto de mi madre y mi tía, quienes fueron con esta perturbadora queja a los nuevos propietarios del inmueble.
Pero en fin, las cosas no son tan feas como las pinto o escribo. Los “cochis” del barrio, sobrenombre que les pusimos con una amiga, pero que se dividen por categorías y rangos, que ha grandes rasgos mencionaré.
Cuenta mi familia -confirmando lo antes dicho- que no socializaba del todo, si salía eran por horas y muy contadas. No porque mis padres no me dejaran, simplemente me aburría y volvía a mi estudio, ese cuarto iluminado, con un escritorio y un amplio armario con libros y diccionarios. Esta era la relación que tenía con mis amigos y los que ahora son vecinos.
Ya hace unos 6 años o más, la relación con estos “amigos” de barrio, se volvería distinta. Empecé a tener intereses diferentes, no compartidos con ellos. Me dedicaba a estudiar-terminaba primaria o empezaba secundaria-, pensando en cosas importantes y no superfluas como los demás. Esos con los que compartías juguetes y diversiones en aquellos tiempos de infancia, pero que ahora se habían vuelto toneros, fiesteros, casi “delincuentes”, un golpe en el estomago, un golpe para la sociedad. Tanto así como los “Peñalta” aquella familia fea, desordenada, corrupta y ladrona que se propagan como plaga en una huerta, que tienen tantos hijos como dedos por familia y todos ellos calatos y sucios que deambulan en las pistas, zigzagueando a los autos y motos que utilizan esta avenida.
Aquel barrio que solo estaba ahí, infestado de niños y pubertos jugando, que ahora solo pocos se dedican a estudiar, trabajar, hacer nada, mientras un tanto más se dedica a lo más fácil: delinquir, fumar o vender lo que fuman.
Aquellos tipos sentados en las esquinas, en el jardín o intentando darse nuevamente paso en la casa de al frente, que ya una vez invadieron por estar deshabitada y vendida a una secta cristiana, mormones. Rompiendo lo que eran ventana y puerta. Felizmente los mormones sellaron los agujeros por donde se metían estas “ratas”, pero esta vez con ladrillos, cemento y más cemento y todo gracias al hábil acto de mi madre y mi tía, quienes fueron con esta perturbadora queja a los nuevos propietarios del inmueble.
Pero en fin, las cosas no son tan feas como las pinto o escribo. Los “cochis” del barrio, sobrenombre que les pusimos con una amiga, pero que se dividen por categorías y rangos, que ha grandes rasgos mencionaré.
Los “cochis”, un grupo que vive en los suburbios San Carlinos, con los que cruzo algunas palabras, pero cabe mencionar que no con todos, si no con los que tienen un cierto nivel, algo superior a los demás, mínimo que tengan estudios, decía una vieja vecina, y ojo no digo que no tengan estudios los “cochis” algunos terminaron secundaria-con las justas, pero terminaron- y ahora están en el ejército o en la policía, sirviendo al país, otros en cambio, intentan estudiar e ingresar a una universidad nacional, intentan pero no la agarran, optando de alguna forma por una particular o un instituto.
Mientras otros tanto, estudian algo técnico, aunque sea, no piensan en fumar o vagar, si no en superarse. Una minoría realmente tiene una muy buena carrera y se salieron de este barrio para ir a parar a uno con más “clase”. Mientras otros viajaron al extranjero, pero aunque la mona viaje a Europa mona se queda.
Este es el suburbio San Carlino, con gente lumpenesca y otras no tanto; que se superan, y otras que están en el proceso; que se hunden en el fracaso y otras que se hunden en los vicios y placeres, esto es San Carlos.
3 comentarios:
hi amix muy interesante tu artículo , pero como q jerarquizas mucho no y eres un poco duro con los demás , pero me gusto mucho esta muy bien sigue asi es muy gracioso ah y me avisas cuando salga otro bye te deseo lo mejor.....
Interesante y buen post literario, aunque el transfondo no tanto, pero es un buen reflejo de una parte de nuestra sociedad. De cualquier forma, tiene "riqueza" y un gran empleo de imaginación, presentando
a la realidad de una manera creativa.
¡Saludos!
En realidad esto se puede ver en cualquier barrio de Lima de clase B o C. Muy buen post me gusto bastante.
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